lunes, 22 de febrero de 2010

A un paso constructivista del primer mundo

Siempre que el conocimiento sea percibido en términos de poder y la necesidad de “derrotar” supere al deseo de aprender, de enseñar y de innovar mediante aportes con el fin de construir, el intercambio intelectual se verá drásticamente limitado. Y la gravedad de este escenario no es la limitación del intercambio en sí, sino que la pobreza e infructuosidad del trueque resultan notorias cuando se evidencia que lo único útil que puede ser obtenido de él (y entiéndase que sólo será obtenido por un intelectual, si estuviese involucrado), es el conocimiento de con quién, comprometerse en un intento de “canje” intelectual, es una total pérdida de tiempo.

Un “interlocutor” (a quien no definiremos como rival, camarada o pupilo), siempre nos brinda la oportunidad de aprender, sea por aportar algo que no sabemos, por aportar algo que sabemos, pero visto desde una perspectiva distinta o porque la ingenuidad de una de sus dudas nos hace cuestionar algo que no habíamos cuestionado (dando inicio a un nuevo proceso de aprendizaje y de descubrimientos) o nos hace revisar y afianzar conocimientos en el momento en el que elaboramos una respuesta que disipe la duda misma.

Cuando el intercambio de conocimientos se fundamenta en una contienda de poderes, en la búsqueda de un victorioso y un derrotado, una vez que los conocimientos se agotan comienzan a surgir elucubraciones y divagaciones que sólo tendrían por fin reforzar la apariencia de saber más de lo que se sabe con seguridad y ocasionar la confusión del rival hasta que admita (él o el auditorio) su derrota. Previo a las elucubraciones, los pocos o muchos conocimientos útiles que hubiesen destacado en esta batalla de monólogos, no sólo no van a ninguna parte sino que, en el mejor de los casos, se quedan justo donde estaban (en quien ya los “poseía”) y tal como estaban, es decir, no se transforman. No se extienden, no evolucionan, no se propagan, no CONSTRUYEN. En estos términos, el conocimiento, como concepto general, resulta poco menos que inútil. Incluso en los debates, donde el trasfondo es una “lucha”, si es establecido entre verdaderos intelectuales con un propósito constructivo, se establece un intercambio en el que, aún cuando cada uno puede mantener su posición, cada uno puede enriquecer su propia perspectiva en base a la del rival de una u otra forma, conservando además el respeto y la admiración por el oponente, la disposición de escuchar y de transmitir, la libertad de disentir o de coincidir y la satisfacción de aprender y/o de enseñar.

Entonces sería importante distinguir quiénes son los intelectuales. No basta con una mente de alta retentiva, con capacidad profundamente analítica o de creatividad ilimitada. El amor por el conocimiento mismo y por el potencial de su evolución para transformar y para crear de manera recursiva y poderosa, es clave. La admiración por “la vida propia” del conocimiento, más que la fascinación por el poder de poseerlo y de usarlo en contra de nuestros pares.

Las “mentes de primer mundo”, a las que no pretendo definir por el país en donde viven sino por el potencial que tienen para llevar a cualquier país al primer mundo, son mentes intelectuales. Mentes brillantes, constructivas, respetuosas (e incluso entusiastas) de posiciones encontradas y debates, mentes que aportan ideas y conocimientos con la pasión de verlas transformarse y crecer en conjunto con otras ideas y conocimientos para convertirse en sabiduría que sigue transmitiéndose a lo largo del tiempo aumentando su capacidad de crear e innovar conforme cambian los contextos históricos, sociales y tecnológicos. Mentes que transforman ideas en realidades que se desarrollan con más ideas (propias o compartidas).

De modo que el conocimiento acaparado y estático, eventualmente (y con una rapidez considerable), queda obsoleto ante los productos que surgen de las redes de conocimiento que los intelectuales construyen. La clave entonces es, en vez de orientar el conocimiento hacia la búsqueda de poder, hacia el acaparamiento y hacia el EGOísmo, orientarlo hacia la conformación de una sabiduría que tiene base en los conocimientos de toda una comunidad (con una dosis de altruismo, espiritualidad y profundo intelecto). Sabiduría construida en base a células preexistentes que se asocian con nuevas células (o células no tan nuevas pero recién traídas al contexto donde se realiza la construcción) para crear estructuras, en sí, cada vez más poderosas (entiéndase por “en sí” el énfasis en el poder la estructura creada más que de aquellos acreditados por su creación), estructuras capaces de beneficiar en muchos sentidos a la comunidad entera que contribuyó para crearla (trascendiendo muchas veces más allá de sólo esta comunidad) y de servir de facilitadoras (también catalizadoras) de nuevas construcciones y posteriores procesos evolutivos de aprendizaje.

Cabría entonces pensar que, en una era de cambios rápidos y radicales, donde cada año son generados 40 exabytes (4x1019) de nueva información y se presume en menos de cinco años existan computadoras que excedan la capacidad de cálculo del cerebro humano, esta es la forma ideal de crear o de CONSTRUIR, verbo que ha resaltado a lo largo de estos párrafos en distintas formas y conjugaciones, no de manera casual, sino muy intencionalmente relacionando al intercambio intelectual con los fundamentos de un mundo en el que no hay forma de que unos pocos de nosotros puedan dominar el conocimiento existente, resaltando de esta manera el concepto de “constructivismo”. Lo “constructivo” en contraposición de lo “destructivo”, que recuerda a “positivo” vs. “negativo” como cuando usado en los términos “crítica constructiva” y “crítica destructiva”. Los productos resultantes de esta propuesta constructiva no sólo evolucionarían con una rapidez creciente, sino poseerían una calidad difícil de superar por aquellos productos derivados de estructuras de conocimiento creadas por unas pocas mentes; mentes con seguridad muy brillantes y con metodologías de investigación y de desarrollo más robustas, pero mentes al fin menos altruistas y orientadas a hacer de los conocimientos una propiedad.